lunes, 15 de diciembre de 2008

Rapidez




Decía Calvino que la era de la velocidad comienza en 1849, cuando Thomas de Quincey ya había entendido todo lo que hoy sabemos del mundo motorizado y de las autopistas, incluidos los choques mortales. En su relato "El coche correo inglés", de ese año, lleva a cabo De Quincey la condensación de esos pocos segundos que preceden al inminente cruce fatal entre dos carruajes con una precisión difícil de superar hoy mismo (y que me perdone Ballard). "La luz no pisa sobre las huellas de la luz", precisa el inglés en su historia, creando una imagen de inusitada potencia literaria, ya que poco hay tan poético como ese haz de energía, pero también nada más veloz que él. La literatura y la física se unen aquí, en este "razonamiento instantáneo", con firmeza, y crean una de las sensaciones posiblemente más placenteras del hecho literario, el que define precisamente Calvino como una de las funciones de la literaura, a saber, "establecer una comunicación entre lo que es diferente en tanto que diferente, sin atenuar la diferencia, sino exaltándola, según la vocación propia del lenguaje escrito".
Un razonamiento veloz, instantáneo, no es necesariamente mejor que un razonamiento ponderado, todo lo contrario, pero comunica algo especial que reside justamente en su rapidez, dice también el italiano. Lo distinto y fuera de su orden, atrayéndose centrípetamente a toda la velocidad que nuestro cerebro sea capaz de desarrollar para relacionarlo como si no se hiciera casi nada. Este fragmento del poema de José Luis Rey "Barcarola de la gotera", podría darnos también idea de esa velocidad mental de la que querríamos dar cuenta aquí:

Nos gustaría, nos gustaría, es verdad,
entrar en los hoteles eternos bajo el mar.
Por eso es tan profético
escuchar la gotera. Ved: así son los sueños,
cayendo lentamente,
como el sol a través de viejas canciones.
Mi gotera es leal como Isaías.
Como Ezequiel, ha visto la rueda de mil ojos.
Yo creo en sus palabras,
trueno y trueno metálico sobre Getsemaní.
Ya nunca seré joven.
Y sin embargo a veces en mis sueños hay fruta. El país de los pájaros
se filtra con sus calles transparentes,
con sus ritmos zulúes.
Escuchad el crujido en el tejado:
son las botas de abril sobre los muertos.
Todo eso que llaman realidad:
un puñado de gotas
nos parece más fuerte. Ay, si al menos
nuestro nombre del fuego nos guardara.
Entonces quién diría por favor, dadnos agua,
una sed que no suene, porque fuimos nosotros
los que hicimos el mundo y ya lo veis:
no podemos dormir.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Rec



Rec es una película de las que suelo evitar, de esas con sobresaltos y golpes de efecto que ponen innecesariamente nervioso, con casquería también (aunque eso me conmueve ya menos, la verdad, desde que pude ver -entera- Bad taste, del entonces desconocido y aclamado ahora Peter Jackson, y me inmunicé). Siempre he preferido el terror psicológico (bueno, o no tan psicológico) tipo La semilla del diablo, de Roman Polansky (1968), o El final de la escalera, de Robert Medak (1979), con el soberbio George C. Scott investigando el misterio; el terror de El otro, de Robert Mulligan (1972), o el de La profecía, de Richard Donner (1976). Y qué inmejorable cosecha cinematográfica la de la década de los setenta, ahora que lo pienso. Todos egregios ejemplos a años luz de almibaradas cintas como El sexto sentido, de Night Shyamalan, o las recientes (¡y españolas!) Los otros, de Amenábar, o El orfanato, de Bayona. Rec es una película, sí, de las que suelo evitar, pero, pero, pero... Pero Rec hay que verla por muchas razones.

En primer lugar porque esa cámara que graba y nos muestra sin desfallecer lo que estamos viendo (ese cámara que no vemos, Pablo, balbuciente, él y el artefacto), con maneras Dogma, se constituye en protagonista indiscutible de todo el metraje con una energía inusitada de manera que, aparte de lo que cuenta, que tiene su miga, asistimos a un incomparable ejercicio formal cinematográfico (planos, contraplanos, fundidos, picados, barridos, montaje, etc., etc., etc., hasta tomas falsas, todo en uno) revestido de la ingenuidad, la aceleración y el cutrerío televisivos. Tal vez sea eso, sí, al parecer, para mí al menos, lo que resulte más estimulante de la película.

Pero luego podemos disfrutar (en fin, el que pueda) fijándonos en el microcosmos que Plaza y Balagueró crean en el descansillo de un bloque de vecinos de cualquier ciudad. Allí junta a la reportera indesmayable, al fornido bombero, al poli bueno y al malo, con un atildado vejete algo moña que vivía con su madre y que adora dar bien en las tomas, con el matrimonio chino que tiene, claro, toda la culpa de lo que está pasando, con la altiva y exclusiva burguesita y su monísima hijita enferma de gripe (¿de gripe?), con el venerable matrimonio de entrañables (¿entrañables?) ancianos, con el lúcido profesional que intenta controlar la situación. Ah, y con una vieja gruñona, que no baja, y que también vive, claro, en el bloque.

Y disfrutaremos también saboreando el control del ritmo, frenético a veces, de las subidas y bajadas de tensión (y de pisos) de la película para llegar a una apoteosis sangrienta antes de la entrada de los supervivientes -la reportera y el (la) cámara- en al ático en el que no vive nadie; o con la muy conseguida sensación de realidad precisamente a través del planteamiento documental de la grabación, lo que produce un efecto muchas veces sobrecogedor. Y luego, tal vez, sí, con cómo pasa de un planteamiento científico a otro absolutamente misterioso y escalofriante. Igualmente con la alegoría televisiva y su papel en la sociedad actual, con la poderosa técnica hipnótica de sus imágenes (¡qué grabe, que grabe!, gritan todos los vecinos ante la reticencia de la autoridad). También, en un plano más profundo tal vez, sí, reflexionando sobre el desvalimiento ante las decisiones exteriores e inapelables a las que estamos sometidos en cualquier momento cualquiera de nosotros, sobre la angustia que produce no saber, no saber nada, no saber qué va a ser de nosotros cuando no se posee la información que se necesita para explicar las cosas; sobre el comportamiento humano en situaciones límite, también por eso (Buñuel no anda lejos de aquí).
Ah, y por si faltaba algo, podremos reírnos un rato con las ocurrencias y las bromas de estos directores (la burguesita encadenada a la baranda, la entrevista a la china), pero un ratito sólo, poco, antes de volver a perder el resuello y sumergirnos de nuevo en la angustiosa atmósfera que se respira en este bloque (y más allá).

Después de todo eso, la historia nos rondará con insistencia y posiblemente no nos deje dormir en varios días. Tal vez, no sé.

Una muestra va aquí para abrir boca.






Me referí antes a la película que Peter Jackson rodó cuando aún ni soñaba con el bombazo de El señor de los anillos. Degusten sus gustos de entonces un poquito. No tiene precio el películo.




miércoles, 26 de noviembre de 2008

El ideal estético


Nietzsche es perturbador. El hedonismo y la sensualidad material que afirma incansable como constituyentes reprimidos del ser humano pueden resultar obscenos para oídos delicados. Y no es falso que su idea del hombre fuerte y sano propició cierto sesgo impositivo en algunos descerebrados. Pero por contra, nadie ha reflexionado como él, al límite, sobre los resortes de poder o conjurado las miasmas de nuestra cultura cristiana y occidental, actividades, claro está, no muy del gusto de sus fustigados sanadores profesionales. Por ello perturba, sí, pero es imprescindible desde luego que esto ocurra, si queremos atisbar siquiera la lucidez que todos debemos reclamarnos. En La gaya ciencia leemos: "Hemos arreglado para nuestro uso particular un mundo en el cual podemos vivir concediendo la existencia de cuerpos, líneas, superficies, causas y efectos, movimiento y reposo, forma y substancia, pues sin estos artículos de fe nadie soportaría la vida. Pero esto no prueba que sean verdad tales artículos. La vida no es un argumento; entre las condiciones de la vida pudiera figurar el error." El error, el pie inevitable de toda tolerancia... ¿Cómo pudo leerse tan mal?

El tratado tercero de La genealogía de la moral lo dedica Nietzsche a desentrañar qué cosa fuera el "ideal ascético", la castidad, etc., etc., promovido por el catolicismo y su destructiva y sutilmente inoculada idea de culpa en la grey que aniquila toda posible felicidad terrena y lo fía todo a la prometida felicidad "allendista". De la enfermedad que nos aqueja y de cómo los sacerdotes ascéticos intentan sanarnos a través de la consagración perversa al amor al prójimo, instituida como una forma de soberbia después de todo, según Nietzsche (¡es soberbio!), y a la ocupación alienante, también se ocupa con detalle. Leyéndolo se me ocurrió, no obstante la carga de profundidad de su sentido recto, cambiar algunos términos utilizados, "ascético" por "estético", por ejemplo. Poniendo en cursiva las modificaciones, salen cosas así :
"Todos los artistas , todos los artistillas, tienden instintivamente, por un deseo de sacudirse de encima el sordo desplacer y el sentimiento de debilidad hacia una organización gregaria: el sacerdote estético adivina ese instinto y lo fomenta."
"La falta de sentido del arte y no éste último, era la maldición que hasta ahora yacía extendida sobre la humanidad, y el ideal estético ofreció a ésta un sentido. Fue hasta ahora el único sentido; algún sentido es mejor que ningún sentido. El ideal estético ha sido, en todos los aspectos, el faute de mieux par excellence habido hasta el momento."
"¿Qué significa que un artista rinda homenaje al ideal estético? obtenemos aquí al menos una primera indicación: quiere escapar a una tortura."
"El sacerdote estético tiene en el ideal estético no sólo su fe, sino también su voluntad, su poder, su interés. Su derecho a existir depende en todo de este ideal: ¿cómo extrañarnos de tropezar aquí con un adversario terrible, suponiendo que nosotros seamos los adversarios de este ideal?"

Hacia el final, y ya en su sentido recto, con cursivas del autor, podemos leer:
"El arte, en el cual precisamente la mentira se santifica, y la voluntad de engaño tiene a su favor la buena conciencia, se opone al ideal ascético mucho más radicalmente que la ciencia; así lo advirtió el instinto de Platón, el más grande enemigo del arte producido hasta ahora por Europa. Platón contra Homero: éste es el antagonismo total, genuino. De un lado el "allendista" con la mejor voluntad, el gran calumniador de la vida, de otro el involuntario divinizador de ésta, la áurea naturaleza." Y concluye sobre el (reproducido rectamente tambien) "ideal ascético": "Una sujeción del artista al servicio del ideal ascético (recordemos, la castidad, etc., etc.) es por ello (por lo que copiamos unas pocas líneas más arriba) la más propia corrupción de éste que pueda haber, y, por desgracia, una de las más frecuentes, pues nada es más corruptible que un artista."

Escuece algo esto ultimísimo, pero qué más da, felices como somos aquí...

domingo, 23 de noviembre de 2008

El argumento de la obra

¿A qué parte de lo expuesto tenderemos? ¿Qué nos vinculará más?, ¿el espacio?, ¿su representación?; ¿tal vez lo que se dice?, ¿lo que no?; ¿lo aéreo incorruptible –según fórmula–, lo material perecedero –según prueba–? ¿Nos sentiremos más próximos nosotros a la condensación del agua o a su símbolo, al ropaje o a su función, al pigmento o al color? ¿Será aquí lo que vemos lo que mantendrá nuestros ojos abiertos?, ¿nos hará cerrarlos algo de lo que vemos? Pero, y lo que no vemos, ¿podrá verse de algún modo?, ¿cerraremos los ojos con lo que no vemos?, ¿veremos algo entonces o está aquí ya mostrándose?, ¿hay algo que no vemos?, ¿se cifra?, ¿existe? Pero, también, ¿qué es lo que más le interesa a quien ha fijado esta escena?, ¿la figura?, ¿el sueño? ¿lo concreto o su metáfora? Ambas cosas nos da, sí, para que nosotros elijamos si es el caso, sólo nosotros. Iguales probabilidades, igual proporción. El mundo, la realidad (¿la realidad, el mundo?) se establece en su cincuenta por ciento exacto. No hay moral puesto que no hay decantación. Sólo escritura. ¿Tenemos ya el argumento? Nada nos impide entonces, si así fuera, leer estos cuadros de José Roca como es debido.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Criaturas maravillosas


Hoy he leído en el periódico una noticia escalofriante, algo (otra cosa más) que me ha erizado el pelo. De manera que Uribe (el que sea, vamos, poco importa quién, alguien con bastante imaginación, en cualquier caso) entre sus estrategias políticas y de seguridad para luchar contra las FARC puso en marcha hace tiempo un sistema de recompensas a civiles delatores, cuyas consecuencias para el "discurrir cotidiano" no nos gustaría experimentar a muchos de nosotros, desde luego. Pero además de eso, instauró un sistema de incentivos económicos a los militares según el número de bajas de guerrilleros que acreditaran. Es decir, unos pesos por cada uno de los insurrectos eliminados. En fin, cualquier empleo tiene sus objetivos de productividad marcados, los balances, las estadísticas y esas cosas, como ya sabemos. La empresa, el Estado aquí, paga según tu rendimiento. Y el militar, el empleado aquí, debe trabajar de acuerdo con esas metas. Muy bien, no mucho que objetar. Lo que ocurre es que el empleado, el militar aquí, para que no merme su poder adquisitivo al final del ejercicio(o para mantener a su líder en el sillón presidencial, quién sabe) se ha dedicado a secuestrar, asesinar y hacer pasar después por guerrilleros a indigentes, vagabundos, tarados, y otras basuras que tal vez sólo sabían de la revuelta por la televisión. En el fondo hacían un bien a la sociedad, qué duda cabe, y, de paso, se embolsaban unos pesos, y, de paso, la empresa daba beneficios. Todo en orden. Qué más daban algunos miles de indeseables menos si se mantenía, sobre todo, la cuenta saneada, se dirían. Yo imagino a quien llevó cabo el primer servicio de esta naturaleza. Quiero pensar, debo pensar, que tal vez entonces se le erizase el pelo y temblase también, que una corriente de aire frío le pasaría por la columna vertebral. Luego, en su segunda vez, veterano, atisbaría ya un nuevo orden, se atusaría el cabello ya y se dispondría a cruzar la barrera de las especies. Es aterrador.
Pero ¿y la empresa, el estado aquí?, para que su balance arroje beneficios (electorales) ha permitido esas prácticas eugenésicas como quien obvia que a uno le carguen en su cuenta corriente una póliza de seguro de vida (en diciembre, eso sí) que nunca firmó. Para el caso es lo mismo. Y esto, ¿es más aterrador o menos?

En Sicilia, han destapado también ahora una red de médicos de la sanidad pública que seguía atendiendo a sus enfermos muertos, muchos de ellos, ¡hace veinte años! No paraban de prescribirles pruebas a cargo del presupuesto comunal, claro, y a efectuar en sus clínicas privadas, a ver sí así mejoraba un poco el cadáver. Se han dado cuenta los ingenieros porque, según las estadísticas y los balances sanitarios, más del cincuenta por ciento de la población de la isla presentaba algún tipo de patología grave, lo que ha llevado casi a las autoridades a decretar la emergencia sanitaria.

Tambien supe hace tiempo de unos esclavos chinos, pero esclavos, esclavos, de los de verdad, no de los de las películas. No menos sobrecogedora resultó la imagen que se difundió. La empresa. sí, era una de las más prósperas de la zona, al parecer.

En fin, y nosotros mientras seguiremos, claro está, hablando del sexo de los ángeles, a ver si nos proporciona la conversación algunos dividendos. ¡Qué diversidad! Dan ganas de vomitar.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Pioneros

A propósito de Vicente Núñez decía hace unos meses en Córdoba esto que pego abajo. Me interesa la parte final sobre todo, ahora que ando con aquello de qué es o no es eso de la consistencia. Tal vez se aproxime a algo de lo que pudieramos decir al respecto. No sé.
De los poemas de Himnos a los árboles Vicente Núñez mismo, tan consciente de su posición siempre, dijo que quien los leyese enseguida tenía que pensar que su autor no era un poeta español, que eran obra de un poeta extranjero. Aserto interesante que nos sirve para destacar dos cosas:
1. poemas de esta calado ontológico son, en efecto, prácticamente inexistentes en nuestra literatura. No hace falta señalar más que lo justo ahora la habitual, con excepciones, lógicamente, penuria reflexiva en este asteroide español.
2. estos poemas emparentan sin intermediación alguna casi a Vicente Núñez con una estirpe de poetas que suponen sin duda lo mejor de toda la tradición literaria occidental moderna. Con Coleridge, Wordsworth, Hölderlin, por supuesto, a la cabeza de todos, pasando por Baudelaire en algún sentido, Mallarmé, Pound, Eliot, Rilke… pocos más.
Y qué es, podríamos preguntarnos, lo que hace que estos poetas señalados se nos aparezcan como verdaderos gigantes: Yo creo (y no sólo yo, vamos, lo explica también, mucho mejor que yo, Philips Silver, por ejemplo, y antes lo hizo Heidegger) que son ellos, los pioneros como Hölderlin, los que fundan un lenguaje poético distinto a la propia naturaleza de lo real de la que hasta entonces era subsidiario, y todavía lo es, lo sigue siendo en ocasiones (y con buenos resultados, no vayamos a pensar…); los que promueven la superación por fin de la supremacía del objeto natural dotando conscientemente, ahí está la clave de su grandeza, a la Poesía de esa misma cualidad de objeto, y constituyendo otra realidad autónoma en ella, en la poesía, y, por qué no, para ella, para nosotros mismos de algún modo también, para nuestra propia esencia de ser.

La muestro aquí, la esencia de ser, digo.


martes, 11 de noviembre de 2008

Lo no acabado


Duración, estabilidad, solidez, tal vez sean los términos que mejor convengan, según creo, al parecer, para intentar definir alguna cosa, algo, en su consistencia. El mar es consistente porque es durable, podemos decir. Sabemos cuándo un alimento es consistente (un buen filete, claro, el punto de una salsa, la leche de cabra). Que una teoría científica es consistente cuando no puede, digo yo, ser refutada por otra, también lo sabemos. Que el equipo ha jugado hoy con una consistencia inusual podemos afirmarlo sin rodeos (a veces); o tal vez a nuestros hijos lo mejor que podemos desearles es que vivan en una estabilidad emocional que les dé (si les da) consistencia. También el hormigón nos ofrece pocas dudas sobre su solidez, sobre su consistencia. Pero cómo podemos determinar si una obra literaria, una obra de arte, es consistente, si su naturaleza es inestable, móvil, y depende de cómo, cuándo, dónde, porqué, etc., se accede a ella. Si en una novela encontramos un argumento sólido, ¿hace eso que la podamos considerar consistente? ¿Pero qué quiere decir eso de "un argumento sólido"? Cuando fijamos un poema en la memoria, y nos acompaña ya y lo predicamos siempre ¿quiere decirse que esa durabilidad de que dispone lo hace a su vez consistente? Versificar toda la redondez del planeta, como quiso un personaje de Borges, merecería, sí, de lograrse, que se calificara tal empresa de consistente, por su densidad al menos. Pero convendríamos sin dificultad en que no está demasiado alejada del disparate supremo. La clave de la consistencia aquí, paradójicamente, está en el alfajor del mismo Borges, en las volátiles cartas de Onetti también, en la escurridiza rana de Basho. Sucede aquí, gloriosamente, un continuo negarse la consistencia empírica. Lo más alado tal vez sea lo consistente, al parecer, lo más insignificante la plomada. Lo abierto, lo indeterminado, es, inesperadamente, lo enérgico inclusivo y concluyente. No lo no acabado, lo acabado interrumpido, como decía Calvino, Ítalo.


domingo, 9 de noviembre de 2008

Bernhard dixit



En Corrección :
"Aunque a veces lo odiamos todo, nos resulta posible, o precisamente porque, a veces, lo odiamos todo, nos es posible a veces adelantar, ir adelante nada más que por odio, hacia delante. Porque somos débiles, debiluchos, no tolerar ninguna clase de debilidad. Y si no es la vida y no es la Naturaleza, es la lectura, es la vida y la naturaleza de la lectura, durante largos trechos enteros, una y otra vez, solo la naturaleza de la lectura, la vida de los libros, los periódicos, de todos los escritos posibles, tender un puente sobre la Naturaleza ininterrumpida, omitida, por medio de la lectura, que es como la Naturaleza, que es como la vida [...] Interrumpimos en puntos determinados de nuestra existencia la naturaleza de nuestra existencia, y seguimos existiendo nada más que en los libros, en lo escrito, hasta que otra vez tenemos la posibilidad, muy a menudo como otro, siempre como otro, siempre como otro subrayado, de existir en la Naturaleza, y seguimos existiendo en la Naturaleza. No aguantaríamos ininterrumpidamente una vida en la Naturaleza, que es siempre una Naturaleza libre, y por eso, una y otra vez salimos de la Naturaleza, únicamente por una razón de supervivencia, entramos en la lectura y vivimos así en la lectura durante largo tiempo y sin ser molestados. La mitad de mi vida no he vivido, existido, en la Naturaleza, sino en la lectura como Naturaleza, y sólo por esa mitad me ha sido posible la otra. "

(pag.198 y 199 de la edición de Alianza)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Consistencia


La señal de que el milenio está por concluir, decía Calvino, Ítalo, en 1985, tal vez sea la frecuencia con que nos interrogamos sobre la suerte de la literatura y del libro en la era tecnológica postindustrial. Han pasado casi treinta años desde entonces, ha concluido el milenio, y seguimos preguntándonos, menos, por la muerte de la literatura, más, por la del libro, o eso creo, al parecer. El libro, el objeto, nacido y mantenido siempre como el que conocemos, está, sí, corriendo ahora tal vez el mayor riesgo de desaparecer de toda su ya larga y gloriosa existencia. Ése hasta hace muy poco incuestionado artefacto perfecto de algún modo se problematiza ahora más que nunca debido sin duda a los avances tecnológicos de la sociedad vigente. ¿Lo hará? No lo sé, la verdad. Dicen los que reflexionan sobre el tema que tal vez quede como curiosidad de coleccionista cuando los kindles, ebook y cia. se generalicen, cuando se encuentre al fin un modo funcional y económico de acceso a la lectura. Formatos (los citados) existen ya, tentativas que no acaban de calar del todo (por ahora) siempre émulas de su referente, siempre émulas, insisto, pues su diseño no tiene fisuras, ninguna fisura. Pero las posibilidades que plantea el invento son pantagruélicas para el ávido lector. Veremos (o tal vez no).
Pero ¿y el otro elemento en cuestión?, ¿y la literatura? Si el libro, el soporte de la literatura al fin, se modifica, ¿tendrá que hacerlo a su vez la literatura?, ¿podremos mantener en ese contexto, sí,
en ese nuevo entorno monstruosamente modificado, al que con su lucidez habitual no era nada ajeno Calvino, los valores tradicionales de nuestra escritura? Mi fe en la literatura -decía también Calvino- consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar. A dilucidar esos medios dedicó Calvino su conocido ensayo Seis propuestas para el próximo milenio. Seis que fueron cinco. No llegó a dar forma a la última, quedó por escribir. Pero sí apuntó el tema, no obstante: "la consistencia" sería esa sexta propuesta inexistente, esa cualidad que da validez a cualquier argumento lógico, que hace que sea ella misma sin atisbo de contradicción, todo coherencia. Si algo podemos ver en la obra de Calvino es precisamente esa cualidad que él mismo pretendió esclarecer hace ya casi treinta años. La misma que debemos buscar sea cual sea el soporte que utilicemos.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Bernhard dixit





En las Conversaciones con Krista Fleischmann:
"Al parecer todos morimos con música en la cabeza, me lo dijeron una vez, ¿no? Cuando todo ha desaparecido ya -inteligencia, personas, recuerdos- siempre sigue habiendo música en ella. Sobre todo vienen los gusanos y siguen tocando esa música ¿no? Primero aparecen en las comisuras de los ojos. Por las voces que tiene la orquesta puede verse cuánto tiempo lleva muerto, porque el primer gusano salta ya al rabillo del ojo en el primer segundo de la muerte ¿no? Pero no se puede determinar exactamente si en el izquierdo o en el derecho, y eso es lo difícil para los médicos forenses, que todavía discuten hoy si el primer gusano salta realmente en el rabillo del ojo izquierdo o en el del derecho. Hay simposios, están muy de moda ahora esos Simposios sobre el rabillo del ojo."

Tal vez compongan esos "¿no?", tres aquí, (y similares fórmulas) la clave bernhard, lo más estimulante suyo, desde luego, (aparte, claro está, de los Simposios sobre el rabillo del ojo).

sábado, 25 de octubre de 2008

Correctivo Bernhardiano



para José Antonio Montano

Pocos libros me han entusiasmado tanto como Corrección, de Thomas Bernhard. Intento recordar ahora algún libro, algún autor, que me hubiese causado igual o parecida impresión, y llega, claro está, alguno, pero todos llegan, eso sí, tal vez por el tiempo transcurrido desde su lectura, algo atemperados. Me entusiasmé hace mucho, recuerdo, y aún lo hago, sí, con la poderosísima prosa alada de Gil-Albert, hasta el punto, en su día, de escribirle una inextricable misiva gilalbertiana a un profesor de mi facultad exigiéndole casi que me dejara pasar en la última convocatoria, en la última oportunidad de no dilapidar cinco años de estudio de mi amado y odiado griego antiguo (me dejó pasar, sí, aunque nunca supe, ni sabré, seguro, ya, al parecer, si fue por mis saberes o por su exposición). Guerra y paz me lo bebí de un trago. Con las Inquisiciones y las Infamias de Borges tuve, y tendré, no hay duda, días gloriosos. De La cruzada de los niños, de Marcel Schwob, el otro Marcelo me acompaña, para siempre ya, el conmovedor aire misterioso de su brevísimo relato inextinguible, el de su Libro de Monnelle también. Cioran, Bataille, Kafka, Bonnefoy, Gamoneda, Yourcenar, etc., etc., etc. Pero quedan todos ahora empequeñecidos, ay, por el tiempo y la "monstruosa idea" de Bernhard y su mcguffin cónico ensayado en Corrección. Por Bernhard, el cínico glorioso que dice, sí, que cuando quiere él echarse unas risas abre por donde sea cualquiera de sus libros y se parte, que sólo intenta distraerse con sus libros y evitar que el mundo le resulte aburrido, ya que, para qué se va a engañar, nunca podrá ser Papa o César. Por Bernhard, el implacable admonitor, el lúcido impecable: "Nada he admirado más -dice Bernhard- durante toda mi vida que a los suicidas. Me aventajan en todo. Yo no valgo nada y me agarro a la vida, aunque sea tan horrible y mediocre, tan repulsiva y vil, tan mezquina y abyecta. En lugar de matarme, acepto toda clase de compromisos repugnantes, hago causa común con todos y cada uno, y me refugio en la falta de carácter como en una piel nauseabunda pero cálida, ¡en una supervivencia lastimosa! Me desprecio por seguir viviendo." Vale. Se empequeñecen ahora ante esta forma de hacer literatura, sobre la que le dice a Krista Fleischmann (para gozo, ja, de los variados escritorzuelos de hoy, de ayer y de siempre) que él no escribe para zoquetes a los que haya que servir todo en bandeja; que describir la naturaleza es de todas formas absurdo, porque todo el mundo la conoce; que hay que omitir por completo las cosas que todo el mundo sabe, que sólo estorban, carecen de interés, que todo lo exterior se conoce, que lo que nadie ve es lo que tiene sentido escribir. Y asiento. Por su Corrección también se quedan pequeños ahora. En Corrección, digo yo para mí, ese principio poético, ese pilar creativo que expone algo airado, lo lleva a la práctica con una fidelidad apabullante. Es como si entráramos, en Corrección, en la cabeza del narrador, como si entráramos de verdad, como si estuviera ese flujo mental, ese aluvión de ideas, sucediendo en nuestro propio cerebro (ni Joyce, y que me perdonen, ay, los joycianos). Véase, léase, si no, la deriva (ejercicio clave) del narrador observando a Höller desde la buhardilla al final de la primera parte; véase, léase, la deriva de Roithamer, próximo el final del libro. No describe nada Bernhard, actúa. No hay estribos ni descanso en esa forma de narrar, de crear, única, inimitable, estoy seguro, al parecer. Es forma en grado superlativo, qué más da que nos esté contando, entreverando, una desgraciada historia familiar o su quimérico proyecto cónico. Corrección es forma en grado superlativo. La idea es la obra, la idea monstruosa y aniquiladora es el libro que estamos leyendo. Sismográficamente. Y eso es lo que la hace grande, muy grande, exageradamente grande, según creo. Vale.
Leí hace mucho a Bernhard. Leí su Sobrino de Wittgenstein, hace mucho. Y me esfuerzo y rebusco alguna sensación, alguna idea que me confirme las que se suceden ahora. Nada. No sé. Leí también sus poemas, de los que renegó, ay, él, airado. Me lo perdí entonces, al parecer. Pasé entonces de largo por la metrópoli, sí. Pero qué más da. Ya estoy en ella.

lunes, 20 de octubre de 2008

Sokurov


Esta mañana he visto Taurus, de Aleksandr Sokurov, y estoy todavía, a estas horas, bajo los efectos de la impresión que me ha causado, rumiándola estoy aún, sí, con verdadero placer. Merece un comentario, o dos, al parecer, estoy seguro. ¡Qué territorio inexplorado, qué nueva tierra rica y fertil para nuestra tierra! Aunque no tan nueva, pues vi, sí, hace tiempo El arca rusa y me dejó también anonadado. Me espera. Pensaré en ella (en ellas) con más calma... Qué gran cineasta ¡que no ve cine!, al parecer...

viernes, 17 de octubre de 2008

Being Julia


De Istvan Szabó vi hace muchos años su Coronel Redl, premiada en Cannes en 1984. Recuerdo muy vagamente la película, la verdad, pero sí se ha mantenido al parecer todo este tiempo la sensación de agrado que me produjo y la estupenda impresión que me causó Klaus Maria Brandauer en el papel principal. Al parecer se trataba de una historia sólida, al parecer teníamos una gran interpretación de su actor principal. Nada que objetar, entonces. Cine y sólo cine, sin más y sin menos, narración, actuación, simbolismo también al parecer, según algunos críticos, aunque se me escape ahora cómo puede interpretarse, la verdad. Tras ver ahora Being Julia he recordado, claro está, esa antigua película de Szabó y he podido confirmar esa misma agradable sensación que acompaña el recuerdo de aquélla. Pero, ay, nada más he podido añadirle, lo cual ha dado paso, ahora, a cierta decepción, la verdad. Y "lo cierto" es que Michel Gambom, Annette Bening, están irreprochables. Pelín pasada Bening. Jeremy Iron, como casi siempre, hasta cuando tiene que lidiar con dragones u otros reptiles, magnífico, hay que admitirlo (¡cómo seduce su forma de andar!). La ambientación es excelente, la historia bien construida como, al parecer, aquella de Redl. Incluso plantea, he ahí tal vez el simbolismo, de manera central en mi opinión, y trascendiendo la anécdota de que sea precisamente una historia de actores, de teatro (una gran estrella ella, ¿la Lambert, la Bening?) cierta cuestión de calado existencial: dónde acaba la ficción y dónde la realidad o viceversa, cuándo soy yo y cuándo no, cuando actúo o cuando soy yo (al parecer) de verdad, fuera o dentro, etc. Y algún número musical hay de mérito. Pero, pero, pero... la historia es previsible imperdonablemente en su desenlace, la relación que se establece entre la madura y el jovencito tópica, la "liberalidad" de la pareja Lambert-Gosselyn deja bastante frío, el gay "pone", claro, una nota exótica y algo espurea que no inquieta a nadie (lo cual, por otra parte, tampoco tiene por qué hacerlo, dicho sea de paso). Y todos, todos son en el fondo muy, muy buenos, casi angelicales al parecer, hasta la actriz mala, hasta la malvada Julia se muestra angelical en su "terrible" venganza, hasta el maitre es adorable. La cámara correcta, sí, claro, pero esto es me parece lo menos que se puede decir de un director de cine. Para películas "sobre" teatro, pensé, debe verse inexcusablemente Vania en la calle 42 del gran Louis Malle, la última, ay, que rodó. Bueno, ésa y las de Olivier o Branagh, las primeras, claro (aunque en cierto otro sentido, la verdad). El Niño de Macon, por supuesto, inexcusablemente, para eso de la realidad y la ficción, etc. Y para mise en scene británica, británica, me quedo, desde luego, con las películas de James Ivory. Ah, Lo que queda del día, Retorno a Howard End (Hopkins debe acabar ya cuanto antes con Lecter), ah, Una habitación con vistas... También pensé que con la novela de Maugham en que está basada Being Julia yo, nada de dudas, disfrutaría más, no sé. Pensé también que, como toda obra artística debe, el cine, sí, debe no limitarse a ponernos ante los ojos una historia ya conocida, debe descubrirnos, claro está, al parecer, lo entrevisto apenas, lo que tal vez no sospechamos. Muy bonita, sí, y conmovedora, sí, la Lambert "siendo" ella misma (como todos deseamos, por otra parte). Pero poco más, ya digo. Y a propósito del"siendo", aunque no es una cuestión fílmica, ni sea responsable el director, me decepciona también la adaptación del título, mucho mejor este "siendo", que el "conociendo" de su adaptación, no sé, una sensación ya, por otra parte, casi asumida ya como natural, dados los innumerables ejemplos de la ineptitud rotuladora de por aquí. En fin, digo esto, pudiera ser, porque noté cierto entusiasmo a mi alrededor que no comprendía. En fin, algo falla en la tierra Szabó, al parecer...

lunes, 13 de octubre de 2008

Mas alla de la pintura. Max Ernst


Max Ernst. Más allá de la pintura se llama la exposición de ahora en el Museo Picasso Málaga, un título que puede leerse como la intención del autor de trascender la pintura y no es el caso. Rimbombante, pues, para lo que ofrece. Viene a significar en realidad que no es pintura propiamente lo que ofrece esta muestra, nada más (y nada menos, oye). Grabados y collage y dibujos, sobre todo. Dos cuadros de verdadero interés: Versatilidad, Las reglas del juego. Una escultura apabullante, Gran Hermano. Lo demás, carboncillos, serigrafias, frottage, algunos bastante imaginativos. Pero decepciona en cierto modo. Hay un libro, eso sí, ilustrado con reproducciones genuinas del lenguaje hermético y jeroglífico, que es una maravilla. Poco más, ya digo. Una muestra, eso sí también, de la imaginación surrealista, atemperada, demasiado asida a la tierra, a la superficie terrestre, para lo que se podría esperar... De todas formas, algo que sí, sí, me ha impresionado es cómo se suelta la mano del artista en la madurez, a partir de los años 50. Es muy elocuente para el proceso de cualquier creador. La madurez, divino tesoro...

domingo, 12 de octubre de 2008

Hola, hola


Bueno, amiguitos (como diría un amiguito mío), ya estoy aquí, pero la verdad es que no se qué hago aquí, qué hago ahora, qué haré en adelante, qué haré aquí. En fin, ya está hecho, esto, sí, algo he hecho, ¿no?, sí. Y me iré enterando de cómo funciona este artefacto, sí. Eso primero. Y luego, ay, luego, gritar, vociferar , a estos millones y millones y miles de millones de partículas algo elementales que andan detrás de la pantalla, delante de ella, con la pantalla a veces. Pero, ¿el qué? ¿de qué? ¿sobre qué? ¿Política, educación, gimnasia rítmica, mutaciones hereditarias, coladas domésticas, babosas, glicinias? No sé, la verdad ¿flujos de conciencia, arte, crisis, ongs? Bueno, quizás de libros, sí, eso, de libros, sí, ay, de libros, eso es de lo que más entiendo, lo que me gusta más, desde luego, por cierto, pero, ay, ¿otra vez otro hablando de libros? Bueno, comprenderán, seguro, digo yo para mí, que teniendo esta pinta que se ve al lado... Bueno, ya veré ya pensaré, ya irá saliendo algo, digo yo para mí...