sábado, 24 de enero de 2009

La escandalosa belleza del mal


"Desde siempre odio, profunda, violentamente, a aquellos que quieren encontrar en una obra de arte una actitud (política, filosófica, religiosa, etc.), en lugar de encontrar en ella una intención de conocer, de comprender, de captar este o aquel aspecto de la realidad. La música, antes de Stravinski, nunca supo dar una forma grande a los ritos bárbaros. No se sabía imaginarlos musicalmente. Lo cual quiere decir: no se sabía imaginar la belleza de la barbarie. Sin su belleza esa barbarie seguiría siendo incomprensible. (Señalo: para conocer a fondo este o aquel fenómeno hay que comprender su belleza, real o potencial.) Decir que un rito sangriento posee belleza es un escándalo, insoportable, inaceptable. Sin embargo, sin comprender este escándalo, sin ir hasta el final en este escándalo, poca cosa puede comprenderse del hombre. Stravinski otorga al rito bárbaro una forma musical fuerte, convincente, pero que no miente: escuchemos la última secuencia de la Consagración, la danza del sacrificio: no se escamotea el horror. Está ahí. ¿Que tan sólo se muestra? ¿Qué no se denuncia? Pero es que si se denunciara, es decir, si se le privara de su belleza, si se mostrara en su fealdad, sería un engaño, una simplificación, una "propaganda". Es porque es bello por lo que el asesinato de la joven es tan horrible."

"Suspender el juicio moral no es lo inmoral de la obra literaria, es su moral. La moral que se opone a la indesarraigable práctica humana de juzgar enseguida, continuamente, y a todo el mundo, de juzgar antes y sin comprender. Esta ferviente disponibilidad para juzgar es, desde el punto de vista de la sabiduría de la obra literaria, la más detestable necesad, el mal más dañino. No es que el autor cuestione, de un modo absoluto, la legitimidad del juicio moral, sino que lo remite más allá de la obra. Allá, si le place, acuse a Panurgo por su cobardía, acuse a Emma Bovary, acuse a Rastignac, es asunto suyo; el autor ya ni pincha ni corta."

En Los testamentos traicionados, de Milan Kundera

sábado, 17 de enero de 2009

Octavio Paz, un día indeterminado de mediados del pasado siglo

"La experiencia poética es una revelación de nuestra condición original. Y esa revelación se resuelve siempre en una creación: la de nosotros mismos. La revelación no descubre algo externo, que estaba ahí, ajeno, sino que el acto de descubrir entraña la creación de lo que va a ser descubierto: nuestro propio ser. Y en este sentido sí puede decirse, sin temor a incurrir en contradicción, que el poeta crea el ser. Porque el ser no es algo dado, sobre lo cual se apoya nuestro existir, sino algo que se hace. En nada puede apoyarse el ser, porque la nada es su fundamento. Así, no le queda más recurso que asirse a sí mismo, crearse a cada instante. Nuestro ser consiste sólo en una posibilidad de ser. Al ser no le queda sino serse. Su falta original -ser fundamento de una negatividad- lo obliga a crearse su abundancia o plenitud. El hombre es carencia de ser. El hombre está lanzado a nombrar y crear el ser. Ésa es su condición: poder ser. Y en esto consiste el poder de su condición."

Véase si no, digo yo, este antagónico ser siéndose, diabólicamente.

John Keats, 27 de octubre de 1818


"En cuanto al carácter poético en sí mismo (me refiero a esa especie de la cual soy un miembro, si es que soy algo; esa especie distinta de la wordsworthiana o egotista sublime: que es algo per se y que existe sola), es algo que no es, que no tiene yo; es todo y nada. No tiene carácter, goza de la luz y de la sombra; vive en lo que le place ya sea recto o vil, alto o bajo, rico o pobre, humilde o elevado. Encuentra tanto deleite en concebir un Iago como un Imogen. Lo que choca al filósofo virtuoso encanta al camaleón poeta. El sabor del lado oscuro de las cosas no ofende su gusto más que el brillante, pues ambos acaban en especulación. Un poeta es lo menos poético de la existencia, ya que carece de identidad desde el momento en que se ve continuamente en la necesidad de ocupar el cuerpo de otro. El sol, la luna, el mar, los hombres y mujeres, todos ellos criaturas de impulso, son poéticos y poseen un atributo inmodificable; el poeta no tiene ninguno, carece de identidad; es seguramente la menos poética de todas las criaturas de Dios. Si el poeta carece entonces de yo y si yo, por mi parte, soy un poeta, ¿qué tiene de asombroso que diga que no he de escribir más?, ¿y si en ese preciso instante yo hubiera estado meditando en los caracteres de Saturno y de Ops? Es triste confesarlo, pero es un hecho cierto que ninguna palabra que yo pronuncie puede ser considerada como una opinión proviniente de mi identidad; ¿cómo podría serlo si carezco de naturaleza? Cuando estoy en un cuarto con gente y dejo de especular sobre creaciones de mi propio cerebro, entonces no soy yo mismo quien regresa a mí, sino que la identidad de cada uno de los del cuarto comienza a presionar tanto sobre mí que en pocos instantes me anonada, y esto no sólo entre hombres, me ocurriría lo mismo en una guardería de niños."

domingo, 11 de enero de 2009

Navidad y butifarra

En su último encuentro de antes de Navidad, nuestro grupo de lectura se conjuró para un firme propósito: escribir un relato (micro) que contuviese "Navidad" y "butifarra" (no pienso explicar aquí las razones de la asociación). Mi aportación para el día previsto será la que sigue:

Sentido y sensibilidad

Hacía ya bastante que no lo veíamos. Sabíamos de él, eso sí, por los entusiastas comentarios que íbamos recogiendo, por el interés que poco a poco había ido despertando y que observábamos a nuestro alrededor con cierta atención, entre sorprendidos y resignados. Sabíamos que andaba siempre agitadísimo, hiperactivo, de un lado para otro, lo que en buena lógica daba en hacer complicado cualquier intento de encontrarnos. Y un punto de soberbia notábamos incluso de un tiempo a esta parte en nuestras escasas, cada vez más espaciadas conversaciones telefónicas, para qué nos vamos a engañar. Por eso nos resultó tan extraña esa llamada de Nicolás proponiéndonos la visita. —Estaré por ahí en Navidad –dijo–, iré a veros. Y así lo hizo. Esa Nochebuena, esa noche en que a nosotros, a pesar de todo, se nos obviaba sistemáticamente, provocando siempre nuestros habituales sentimientos algo contradictorios, vino a casa. Traía una maleta grande. La abrió sin decir palabra y cogió un paquete que depositó encima de la mesa. Luego brindamos. Luego se marchó. Algo frío resultó el encuentro, la verdad, lo que, como era de prever, sólo consiguió aumentar el escepticismo en el que ya nos encontrábamos. No obstante, nos animamos enseguida a abrir lo que parecía un regalo para comprobar, con cierto alborozo, que contenía varias butifarras blancas catalanas. Cómo diablos había sabido de nuestra predilección total por este embutido. Fui a la cocina a coger cubiertos y una fuente con ensalada. Nos sentamos a la mesa y con algo de mala conciencia pinchamos juntos, los tres, en el roscón de carne. La deflagración ulterior nos dejó a todos, a los tres, absolutamente descabezados. Suyo fue entero el reino desde entonces, ya por fin.

Reflexiones de un editor voluntarioso


Cuando leamos u oigamos sobre la actividad de una editorial modesta, independiente o así, los términos más frecuentes que encontraremos en esos párrafos o en esas exposiciones serán del tipo “aventura”, “proceloso”, “persistencia”, “arrojada”, “esfuerzo”, “suicidio”, “creencias”, “perversa inflación”, etc., etc., no falla. A través de ellos será muy posible que podamos formarnos una buena idea, tal vez la que prevalezca de forma corriente, de lo que supone editar libros para una editorial como la nuestra, para una editorial independiente, como desde hace tiempo y algo eufemísticamente se denominan para distinguirlas de las editoriales, grandes o pequeñas, pertenecientes a macrogrupos (Planeta en España, Berstelmann, Random House-Mondadori, etc., que no sabemos ya a quién pertenecen y a qué se dedican de manera exacta), tras el proceso de concentración sufrido por el sector, y que a su vez pertenecen a multinacionales, a los grandísimos conglomerados empresariales de la industria mediática (con intereses en la prensa, la radio, la televisión, etc.). Es curioso notar que la apelación a la independencia de estas editoriales, pequeñas o grandes, se formulaba en su inicio, al menos en España, con respecto a si se alineaban o no con un determinado signo político (el único que existía hace bastantes años ya, vamos). Ahora ese adjetivo hace referencia de forma eminente a la adscripción o no a un supergrupo empresarial. La perspectiva política, vacía casi de contenido en estos tiempos, ha dejado su sitio a otra de carácter mansamente económico, aunque no deje de ser otra forma de sumisión, después de todo, y resulte bastante menos divertida, dicho sea de paso. Pero hay además de éstas, desde luego, otras perspectivas que dan también brillo a este negocio. La cultural podría ser una de ellas (y aquí estamos obligados a entender la Cultura, lo siento, amigos, en su sentido más riguroso), una perspectiva que tal vez sea la que tienen adoptada sobre todo estas pequeñas editoriales independientes como más claro rasgo identificativo.
De todas formas, tampoco debemos ponernos estupendos con esto, esbozar como casi siempre también una especie de martirologio argumentando que somos superhéroes de la Marvel o la DC o la Bruguera, paladines áureos luchando contra la injusticia literaria en particular y cultural en general, enfrentados a la gran máquina empresarial de los grupos mediáticos que podría arrollarnos cuando quisiera, etc.; que detestamos las horripilantes modas y los bestseller, que somos los genuinos, los únicos depositarios de la verdadera fe o algo así, los únicos que damos salida a autores sin salida; tampoco recurrir a esa frase tan manida e irritante que afirma que publicamos lo que queremos leer, etc., etc. No debemos, porque entre otras cosas no es del todo cierto, y porque no estamos en principio enfrentados a nadie si no es con nosotros mismos, con nuestro propio reto. Es cierto que la supervivencia de una editorial como la nuestra está siempre amenazada, que su actividad se sostiene sobre unos cimientos muy, muy precarios, que la financiación de cada proyecto es siempre una cuesta bastante empinada cuya pendiente se suaviza con mayor frecuencia de lo deseado sólo con ayudas oficiales. Que si no hay respaldo económico o mediático, contactos estratégicos y esas cosas, los títulos que vas sacando se ignoran sistemáticamente. Pero no debemos preocuparnos en exceso. Esos temas pertenecen al terreno empresarial o al de la política literaria, no al de la creación, y todavía, y digo todavía con cierto horror, no los practicamos, o los practicamos muy poco, nada casi. Nuestras energías, pues, deben estar concentradas desde el primer momento en los dos planos iniciales de este gran conglomerado que es la edición de libros: la obra literaria y el libro en sí, en “la edición en sí”, como dice algún editor ilustre; por supuesto que tratamos de alcanzar al lector a través de los canales de distribución, a partir de la cual, tal vez, comienza verdaderamente la operación mercantil, y que consideramos algo de suma importancia, claro está, absolutamente fundamental, pues qué aberración es sacar libros que no llegarán nunca a las librerías, y a través de ellas, a los lectores… Pero el mercado, el gran mercado como mero consumidor de “nuestros productos”, con todas sus implicaciones, no es nuestro objetivo primordial, no debe serlo, al menos eso creo. Otra cosa, ya digo, son los lectores. Y los autores, sobre todo los narradores, que se embizcan, lo sé bien, cuando su libro no entra en las listas de ventas aunque sea a nivel local, pero eso sería tema para una exposición distinta (y divertida) en la que tuviese cabida extensa la angustia que les provoca ese hecho y no es el caso.
Dicho esto, no me gustaría, no obstante, que quedara una impresión inconsciente o despreocupada en torno a nuestra actividad, lo que sería más propio, desgraciadamente, como sabemos, de Administraciones Públicas que de otra cosa, no de todas, claro. Todo lo contrario. Somos muy conscientes de que la industria editorial es quizás uno de los aspectos que más influyen a la hora de construir una sociedad culta, civilizada y en paz, aunque por desgracia no siempre sea feliz, como sabemos, esta combinación de industria y sociedad, etc., visto lo visto. Y amamos además los buenos libros. Por ello asumimos plenamente nuestra responsabilidad y plenamente, deben creerme, nos afanamos en contribuir a que así sea. Pero pienso de todas formas que sobre todo tenemos que tener presente, al menos por ahora, que hacemos lo que hacemos por gusto, por verdadero gusto, y que es éste desde luego nuestro mejor activo, lo que nos dota a la postre de una envidiable autonomía y da sentido a nuestro esfuerzo (¿ven ustedes?, otra vez la coletilla). Debo por ello ser optimista y doy por supuesto que editar libros, buenos libros, es, si lo es, una carrera larguísima cuya meta debiera estar, si hubiera que determinar alguna, permítanme que lo diga, lo más cerca posible de la excelencia cultural.

Este articulito salió hace unos meses en un especial de El mundo sobre editoriales independientes. Me quedé un poco con las ganas de saber qué opinaban las otras editoriales incluidas en él, pues se dedicaron más a informar de su trayectoria que a reflexionar sobre su actividad o posición. No sé, lo digo por si alguna hubiera ahora que deseara matizar lo expuesto aquí. Aunque sea bastante improbable, eso sí lo sé.

martes, 6 de enero de 2009

Regalo de reyes



Mi ya amigo querido Diego Muñoz Valenzuela me hace este pequeño y hermoso regalo de Navidad:

Regalo sospechoso
Era un paquete enorme, delicadamente envuelto en papel celofán verde y ornamentado con un abultado moño de cinta roja. Lo abrí con recelo, pensando en alternativas desagradables: bombas de tiempo, perros muertos, lavadoras descompuestas, esculturas modernas. Errores todos ellos. Era un hermoso caballo de madera tallado y barnizado al natural, sostenido sobre una plataforma rodante. El Caballo de Troya, pensé. Tenía la pata izquierda levantada, eso le otorgaba movimiento y elegancia. Del recelo pasé al temor, y de allí al sobrecogimiento. ¿Qué oscuro enemigo podía haber ideado este plan homérico en mi contra? Repasé la lista y eso me tomó un buen tiempo. Todos podían haber sido; no pude descartar a ninguno. Ahora, qué contenía el caballo, ésa era la pregunta. Me aproximé con cautela y golpeteé la madera con los nudillos. Madera maciza. O interior repleto de explosivos plásticos.O cobalto radiactivo, para eliminarme lentamente. O una masa de arácnidos letales. No había tarjeta ni indicación de remitente.
Me subí sobre el regalo. Instantáneamente echó a rodar por el mundo. Me llevó lejos, a lugares maravillosos y desconocidos. Muy tarde comprendí la trampa, pero ya era feliz.


De Diego ha salido hace días tan solo en e.d.a., como primicia en España después de dos ediciones en Chile y varios premios, su novela Flores para un Cyborg, a la cual deseamos toda la suerte que somos capaces de imaginar.